Personajes Alfonso Diez |
¿Debe legislarse para que se permita? Cuatro casos nos
permiten trazar una conclusión:
Caso 1: Sacco y
Vanzetti
El 28 de agosto de 1927, dos inmigrantes italianos
fueron electrocutados en Massachusetts acusados de haber cometido robo y
asesinato el 15 de abril de 1920. Eran Ferdinando Nicola Sacco, de 36 años de
edad y Bartolomeo Vanzetti, de 39.
El juicio acaparó la atención internacional y se acusó
al juez, Webster Thayer, de haber permitido que los sentimientos
antiinmigrantes predispusieran al jurado. Cuando los ejecutaron, hubo protestas
multitudinarias en Ámsterdam, Ginebra, Londres, Nueva York, París, Tokio y en
Latinoamérica.
En todo el mundo hubo solicitudes de clemencia, incluida
la del Papa, pero la sentencia se mantuvo inalterable. En 1971, la película
Sacco y Vanzetti recordó su inocencia, con la música de Ennio Morricone y una
canción que a la fecha es un homenaje a los condenados de manera injusta a la
pena de muerte: Here´s to you, en la voz de Joan Báez
50 años después, el 23 de agosto de 1977, a la luz de
nuevas evidencias, fueron exonerados por Michael Dukakis, gobernador del estado
que los ejecutó.
Caso 2: Celda
2455, Pabellón de la Muerte
Caryl Chessmann vivió doce años en la celda 2455 del
Pabellón de la Muerte de la cárcel de San Quintín, esperando su ejecución en la
cámara de gas del penal, acusado de haber abusado sexualmente de dos mujeres.
Se le conocía como El Bandido de la luz roja, porque
decían que rondaba por las afueras de San Francisco en un auto con torreta
roja, como las patrullas de policía, y asaltaba a las parejas que encontraba
dentro de su auto. Dos de las asaltadas dijeron que además habían sido
obligadas a salir del automóvil para tener sexo con el supuesto policía, pero
no identificaron a Chessmann como su agresor. Sus rasgos físicos ni siquiera
coincidían con los que se habían atribuido al señalado en las denuncias.
El juez del caso dictó sentencia condenatoria en junio
de 1948, cuando Caryl tenía 27 años de edad y durante los siguientes doce años,
hubo 8 intentos de ejecución detenidos a última hora, además de decenas de
retrasos obtenidos legalmente por sus abogados.
Durante el tiempo que estuvo en prisión, se hizo una
película y una canción, La Balada de Caryl Chessmann, que abogaban por su
inocencia. En ese lapso, estudió Derecho y escribió cuatro libros, tres de
ellos con sus memorias y una novela. Algunas personalidades solicitaron el
indulto, como Pablo Cassals, Norman Mailer, Ray Bradbury y Eleanor Roosevelt,
pero no fue concedido. La ejecución se realizó el 2 de mayo de 1960. Diversos
investigadores concluyeron que un inocente había sido asesinado.
Caso 3: Milagros
inesperados
John Coffey fue arrestado sosteniendo los cuerpos de dos
niñas que habían sido asesinadas, mientras gritaba, llorando, que la culpa era
de él. Tras la sentencia de culpabilidad motivada por el hecho de que él mismo
la confesó, lo trasladaron al Pabellón de la Muerte. Los policías que lo
resguardaban descubrieron que otro preso del pabellón, Wharton, era el
verdadero culpable de violar y asesinar a las dos pequeñas, pero no
convencieron a Coffey de que dijera la verdad. Él ya estaba decepcionado del
mundo que lo condenó y se sentía culpable por no haber llegado a tiempo para
detener al criminal. Sus capacidades curativas, poderes sobrenaturales, sanaron
inclusive a su guardián y a la esposa del director del penal.
Finalmente lo ejecutaron. Stephen King relató los hechos
en su novela El Pasillo de la Muerte, que fue llevada al cine con el título de
The Green Mile (Milagros inesperados), con las actuaciones de Michael Clarke
Duncan, como John Coffey; y Tom Hanks, como Paul Hedgecomb, el guardián del
pabellón de la muerte que cuenta la historia a los 108 años de edad. La
película se llevó 4 Óscares, incluido el de Mejor actor de reparto, para
Duncan; Mejor película, Mejor guión adaptado y Mejor sonido.
Caso 4: El Hijo de Dios
Se decía enviado por su padre a la tierra para lograr el perdón de
los pecados de todos los seres humanos. Durante su corta vida, 33 años, se
dedicó a hacer el bien y a curar a los enfermos que se le acercaban. Hubo
muchos que lo siguieron y lo escuchaban. La envidia de otros y la traición de
uno de sus discípulos lo llevó a la cárcel.
Cuando Caifás le preguntó: “¿Eres
tú el Mesías, el Hijo de Dios?”, el respondió: “Sí, lo soy” y eso fue suficiente para que lo condenaran por el
delito de blasfemia, que en aquél país y en aquella época se castigaba con la
pena de muerte.
Llevaron al acusado con Poncio Pilatos, quien “se lavó las manos”,
porque él no consideraba que “el delito” mereciera una pena tan grave, así que
dijo a los judíos que escogieran entre otro preso, Barrabás, y Jesús, para
liberarlo, conforme a la tradición, por tratarse de la época de Pascua. Por
aclamación, eligieron al segundo para ser crucificado.
En lo alto de la cruz, mientras el Hijo de Dios desfallecía, se
podía observar un trozo de madera sobre la misma que decía: Jesús de Nazareth,
Rey de los Judíos.
Conclusión:
Sobran las palabras. Igual que en los cuatro casos descritos ha habido
muchos otros inocentes que fueron ejecutados debido a la vigencia de la pena de
muerte.
De no haber existido tal pena, ninguno habría muerto injustamente.
El tiempo que transcurre tras la sentencia condenatoria puede servir para que
aparezcan nuevas evidencias, para que cambien los preceptos legales y sean
menos duros, más humanos, para que tal vez una confesión inesperada o una investigación
más profunda aclare los hechos.
La ejecución de un violador, un secuestrador o un homicida de niños
puede ser que tranquilice a padres, hijos, hermanos y a la sociedad en general,
pero ¿Y si no era culpable? ¿Si fue víctima de un proceso amañado, de
“evidencias plantadas” para calmar a la opinión pública?
En nuestro país hemos tenido muchas malas experiencias en ese
sentido que terminan con el famoso “Usted perdone”, como el caso del asesinato
de los hermanos Villar Lledías, por el que fueron encarceladas sus hermanas y
muchos años después liberadas tras encontrar a los verdaderos asesinos. Qué
triste hubiera sido que fueran ejecutadas. No se había aprobado la pena de
muerte.
Visto el asunto de manera exigente, es preferible que los
delincuentes sufran el castigo tras las rejas, para que todos los días
recuerden el daño que hicieron, antes que ser ejecutados para que ahí se acaben
todos sus males.
Finalmente, es mejor que haya cien culpables libres, antes que un inocente encarcelado, con mayor razón si éste es ejecutado. |